Artículos de prensa




Blog de artículos periodísticos:

En el brocal del pozo

http://juanandiviagomez.blogspot.com 


Algunos ejemplos:


"Diez años sin José Hierro":

//www.juntadeandalucia.es/educacion/webportal/ar/web/revista-andalucia-educativa/comunidad-educativa/profesorado/opinion/-/noticia/detalle/diez-anos-sin-jose-hierro-1


"Otro eclipse de la poesía":

https://w3.ceuandalucia.es/ojs/index.php/EA/article/view/201


"La poesía de tradición oral en la provincia de Sevilla (1ª parte)": 

Dialnet-LaPoesiaDeTradicionOralEnLaProvinciaDeSevilla1Part-787703.pdf



ELLA NO LO RECUERDA

Tenía una cabellera larga y suave, que se retocaba al pasar por delante del espejo. Era presumida y dicharachera, generosa y comunicativa. Contaba cosas, como el color del cielo cuando acabó la guerra, y se podía confiar en ella. Ahora continúa entre nosotros, tiene alrededor de setenta años, o más, ya no lo recuerda.

Cuando se le pregunta la edad te espeta “Escucha, pues no la voy a saber”; y se escabulle. Ya no se arregla por las mañanas, alguien le ayuda a levantarse y en el aseo. Después quiere ir a ver las tierras con su hermano, pero no hay tierras y su hermano murió cuando eran adolescentes.

Su pelo negro se recoge en un apaño gris y desconoce la existencia de los espejos. Cuando se obstina en salir, hay que guardar las llaves, porque un día la encontraron en una casa extraña, perdida y asustada, como un animalillo; o quiere echar a los invitados de una boda que, insistía, se habían colado en su casa a comer sin permiso. Es la abuela, la madre, o la esposa, pero no lo sabe.

Quienes están a su lado han perdido gran parte de su libertad. Cuidan, vigilan y, en ocasiones, sonríen los “golpes”de alguien que ya no vive con ellos, que está no se sabe dónde, pero que les necesita cada segundo y les llena el día de tribulaciones y el corazón de ternura. Padece un tipo de demencia senil, cualquiera, qué más da, pero la enferma verdadera no es ella, sino su familia. Sus componentes están lúcidos, son cariñosos pero, a veces, se sienten impotentes. Cuentan sus cosas, reclaman la atención de las administraciones y, cuando pase el tiempo, podrán recordar – ellos sí- que convivieron con María y que, afortunadamente para todos, les dejó el verano pasado. Afortunadamente, que dirán con sentido común y con tristeza.


(Dedicado a los familiares de los enfermos de Alzheimer)

El Correo de Andalucía, 30/9/2003 y otros medios 



HABLAR SIN PALABRAS

Hace años, apareció en los medios una noticia especial y pintoresca: Un joven vagabundo fue encontrado en las calles de Sheerness, un pueblito de la isla de Sheppey, en Kent, al sudeste de Inglaterra; nadie le conocía y, un mes después, la prensa mundial nos invadió con reportajes cientos y un desmedido afán de las autoridades -o el deber, supongo- de descubrir su identidad.

Finalmente, resultó que el personaje no era un vagabundo cualquiera, sino un pianista que no hablaba, que no tenía nada que decir, o nada más, o nada mejor que su música, ya que cuando el enfermero de la institución a la que se le condujo le entregó un papel y un lápiz, creyendo que el obstáculo era el idioma, se encontró que no sólo no era una barrera, sino que dominaba el más universal de los lenguajes, el de la música.

Así que el pianista sin palabras dibujó una bandera de Suecia y las ochenta y ocho teclas de un piano y, después, cuando fue llevado ante el instrumento de la capilla del Sanatorio, se concentró y expresó cuanto deseaba: “El Lago de los cisnes”. Sí, ejecutó, magistralmente cuentan, la obra de Tchaikovsky y no paró de comunicarse -ahora sí- durante cuatro horas.

Si convenimos que el arte es capaz de transmitir lo que no se puede decir con palabras, el estado del sueco melómano parecía el ideal. Sabíamos de dónde era, lo que quería y conocíamos más de él que de muchas de las personas con las que convivimos, ya que, con el pudor de un código, nos había mostrado todos sus sentimientos, aunque con el acceso restringido de la voluntad expresa, el conocimiento y la armonía.

Por lo menos a mí, me pareció y me parece increíble, por lo hermoso, porque siempre hay una manera de expresarse y una actitud de escuchar, de recibir, de conocerse, exactamente lo contrario del uso que puede hacerse de algunas redes sociales donde se ve al sujeto, una imagen editada, pero nada que revele quién es de verdad. Y creo que con esa actitud del pianista silencioso, voluntaria o forzosa, alguien estaba consiguiendo el sueño de vivir callado la propia inmortalidad.

HuelvaYa.es, 10/4/2016 


APLAUSOS PARA EL ATARDECER

Si hay una forma de contemplar el mundo estéticamente, de reparar en la belleza, debe de ser aquélla que olvida el pragmatismo, que sabe que también hay cosas que existen porque sí, que no responden a ninguna necesidad y, sin embargo, están ahí igualmente, sólo para ser gozadas.

Hace años un amigo, muy aficionado a la tauromaquia, casi me obligó a que asistiera a un entrenamiento de toreros en una desaparecida placita de Santiponce. Él sabía que no me gustaban los toros, pero insistió tanto que, conociéndole, empecé a sospechar que podría merecer la pena. El principio fue aburrido, varios muchachos hacían lo que tenían que hacer, embistiéndose mutuamente con un remedo del animal; pero llegó alguien, un maestro dijeron y, de repente, cogió una muleta y dio tres pases, sólo tres, o dos, y se hizo un silencio agradecido y venerador. Entonces comprendí -pido perdón por la ingenuidad o la arrogancia- qué quería decir lidiar un toro. Hubo pausas, suspense, prolongación del tiempo. Temple.

Sigo lejos de la “fiesta” por razones de todo tipo, pero ahora entiendo mejor la dedicación, las disputas, las devociones, aunque siga negándome a participar en ellas.

Es evidente que no siempre se tiene la misma receptividad ni la misma disposición para saborear algunos momentos, sobre todo, los mismos momentos. Aquella vez, los lectores no encontraban ningún sentido a esta greguería: ”La media luna mete la noche entre paréntesis”. La leí en voz alta, intenté darle un énfasis especial, pero no hubo nada que hacer. Mis oyentes incidieron en la necesidad de un lenguaje claro como el agua clara y me dijeron que eso sólo tenía, a lo sumo, el valor de un juego de palabras. Les hablé de la metáfora, de la agudeza, el ingenio, la imagen, la visión poética y humorística de la realidad y de las alas escondidas para llegar más lejos; y les conté aquella antigua definición de greguería, que su propio creador aportaba: "la flor de todo lo que queda, lo que vive, lo que resiste más al decrecimiento"; pero el lenguaje debía ser conciso y todo lo demás sólo eran formas de marear no sé cuál perdiz, decían.

Insistí en aquella otra que rezaba: “El hielo se ahoga en el agua” o “La q es la p que vuelve de paseo” y repitieron que al pan y al vino... y no nos volvieron la espalda a Ramón Gómez de la Serna y a mí sólo por educación cortés.

De verdad que por lo que me sentí incomprendido entonces no me produce ninguna desazón en este momento. Somos distintos y cada uno tiene su mundo dentro de este mundo. Me gustaría poder disfrutar de todos los instantes, de todas las maravillas, tener todas las sensibilidades. Pero sé que no es posible porque somos finitos.

En otra ocasión, mi interlocutor defendía que la película La vida es bella, la del Óscar de 1998, no tenía nada, vamos que no le había gustado. Esta vez no dije palabra y cambié de tema, dadas las diferencias insondables. En este caso, como en tantos, sólo se pueden explicar los logros técnicos, el tratamiento original del tema, la interpretación de Begnini, la calidad de la fotografía o la ambientación, pero cómo hablar de la ternura, la candidez; cómo hablar de las emociones.

Mi interlocutor no veía nada en la película italiana, pero probablemente yo no habré visto nada en muchas cosas con las que él disfruta, y ahora lo sé. De cualquier manera, no se me ocurrirá aplicarle un adjetivo por esa notoria diferencia. Yo no voy al fútbol, ni me gusta la música que a mis vecinos, ni lloro ante la Virgen del Rocío, a pesar de ser onubense, pero un día oí cantar a Paco Toronjo entre copas de vino del Condado y se me erizó el alma, a mí que no disfrutaba especialmente con el flamenco. Después vino un pequeño destierro y los fandangos de Huelva me hicieron sentir que algo muy fuerte me unía a mi tierra de nacimiento; y yo que había dicho que era tan andaluz como eslovaco.

Parece ser que el corazón tiene disimulados recovecos, pero todos los corazones; y no es justo desestimar la sensibilidad ajena por no coincidir con la nuestra.

Nunca había pensado que se pudiese aplaudir un atardecer. Pero así fue. La ciudad, en el suroeste de Francia, había sido destruida totalmente en 1945 por la aviación nazi. Su reconstrucción, a propósito, consistió en una alineación de viviendas de cara al mar y una catedral enorme y vanguardista. Aquella tarde, después de encontrar un hotelito, me dediqué a dar una vuelta en coche para hacerme una idea de la estructura urbana. Era un lugar de paso, que no estaba previsto, pero me llamaron las lecturas y la necesidad de demorarme antes de llegar a La Rochelle.

Y, como si de un milagro se tratase, allí ocurrió. Me detuve ante una ensenada preciosa y, mientras paseaba, observé cómo los vecinos iban asomándose a sus terrazas, a las puertas de sus casas. Eran más de las nueve y media de la noche, de un mes de agosto. El sol comenzó a esconderse, la gente se apretaba y se tomaba de la mano. Y empecé a comprender. Ocurrió. Fue el ocaso, naranja, amarillo, único. Y, contagiados, empezaron todos a aplaudir.

No sé qué me produjo mayor emoción si ese lubricán inigualable, o esa resolución en demostrar la fascinación por la belleza; si el espectáculo que me secuestró el ánimo y me dejó mudo, o los aplausos, los lógicos e inesperados aplausos. Dije durante mucho tiempo que había sido el atardecer más bonito de mi vida. Y lo fue; y a lo mejor sigue siéndolo.


A partir de ese momento, aprendí que hay cosas en cada lugar, en cada vida, dignas de ser admiradas con veneración y respeté la sensibilidad de los habitantes de Royan y la inteligencia que les ha hecho disfrutar con algo maravilloso, aunque universal. A pesar de todo, si alguien me dice que ese sitio es el mejor para ver cómo se oculta el sol, tendré que sepultar mis recuerdos con el sentido común y le diré que mire a su alrededor o que espere a que llegue la noche. El niño que abrazaba a su madre por la cintura mientras exclamaba ¡Qué belleza! puede estar a su lado, tendiéndole los brazos.

                                                                         Diario de Andalucía, 26-4-2000



Y algunos muy antiguos






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